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jueves, 20 de octubre de 2011

EN TIEMPOS DE CRISIS ALGO DEBE CAMBIAR

¿Cuántos años de inhabilitación le echarían a un juez que desahuciase a una familia porque no puede pagar las letras de su vivienda, insisto, una familia que no pueda, no que no quiera? Imaginen la repercusión que supone en la vida diaria, mensual, anual o como quieran ustedes periodizarla, de una familia un desahucio. ¿Creen ustedes que la vida de esa familia no cambaría?  La que no cambia es la vida de los bancos, si pierden recursos, llega siempre un político con ganas de congraciarse con no sé quién y los reflota, los reflota aunque engañosamente parezca que los compra en beneficio de todos, sin mencionar que tras esa compra se esconden muchos millones de deuda, deuda que tendremos que pagar todos. 
Nuestra sociedad, desde mediados de los años setenta se dio a sí misma un derecho, unas normas por las que regirse y por las que sentirse orgullosos y orgullosas, entre esas normas la Constitución de 1978, norma suprema de nuestro ordenamiento y en la que se recoge el derecho de los españoles en general a una vivienda, en particular, digna. ¿No debe ser protegible este derecho frente al derecho de cobro a tiempo de los bancos? Sobre todo eso, “a tiempo”, que muchas veces lo que transciende es el tiempo, no la intención de pagar o no pagar, sino el tiempo, el mismo tiempo que juega a favor de las entidades financieras que siempre tendrán el recurso del estomago político agradecido que se hará con sus deudas para que las paguen otros, otros  que somos nosotros, el mismo pueblo que puede ser echado de sus casas, de sus viviendas dignas protegidas por la Constitución porque no ha podido pagar a los bancos.
¿Qué vara mide en consecuencia la premura en el pago de la letra de una hipoteca y qué otra vara no mide el olvido de muchas de las promesas que hacen los políticos en sus campañas electorales? Sobre todo cuando esas promesas inciden directamente en la vida de los más desfavorecidos, los que tienen un empleo miserable y precario, los que no cobran porque las administraciones ya sean horizontales o verticales o las empresas más grandes, más medianas o más pequeñas, no tienen con qué pagar, esos o aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca que no sea un tetrabrik de vino peleón o un paquetillo de base para evadir, no impuestos, sino momentos, situaciones y condiciones. Quien enarbola esas distintas varas en nombre de la igualdad o de la desigualdad se está olvidando del aguante, del justo aguante que todas las personas tienen y tenemos, el mismo aguante que ya llevó a la gente a la calle a mostrar educadamente su indignación; esa misma actitud, menos educada o digamos menos sujeta a las formalidades que imponen los que no necesitan de la educación, ni de nada para mantenerse en la atalaya del poder, esas mismas actitudes menos sujetas a formalismos se están dando ya en Grecia y no duden que acabarán expandiéndose mientras no cambien ” las cosas”; mientras no exista la seguridad de que uno o una estudia para trabajar en el futuro, de que uno o una se levanta con la ilusión de llevarse a sí mismo o a una familia para adelante, mientras no tengamos claro que nuestros esfuerzos no se dirigen a mantener a la clase financiera o poderosa, que además si falla, será rescatadas por políticos y políticas agradecidos al sistema, mientras esos principios no nos aseguren la dignidad de nuestras vidas, nuestro único norte será errar lo menos posible, vagabundear por un mundo que cada vez entendemos menos o que cada vez nos entiende menos.
Si no tenemos claro a dónde vamos, está claro que habrá que cambiar las condiciones del viaje; es lo que tienen las crisis, en estos tiempos algo o mucho debe cambiar, en sí la crisis no es más que eso, un cruce de caminos en el que tenemos que elegir una nueva vía, una nueva vida, un nuevo camino. No puede hablarse de crisis y que esta sólo afecte a los más débiles a costa de mantener el statu quo, las condiciones de vida, de los más fuertes. O cambiamos todos o aquí sobra alguien o algo y puede ser que no sólo sobren instituciones, ahora la solución por lo visto es ahorrar quitando diputaciones, mancomunidades, bajar sueldos, descontar las pagas… Y todo eso para qué, ¿para que todo sigua igual? Ya han pasado esos días en los que en las terrazas, en los bancos de los parques, esos bancos donde unos y unas se sientan a descansar sin tener que mirar atrás, antes se hablaba de otras cosas, ahora solo se habla de crisis, de bancos, de políticos rateros y políticas rateras, de eso se habla ahora en esos bancos de los parques o de las plazas. Y la indignación y la rabia crece, sobre todo cuando después de hablar y de desfogar nadie tiene la solución, o lo que es lo mismo, casi todos y todas concluyen que la solución la tienen otros y otras a los que no vemos ni conocemos, que no se sientan en los mismos bancos a descansar.
Cuánto ha cambiado el cuento, el otro día en un programa de una cadena sevillana un juez decía que se sentía perseguido, perseguido por un sistema que consideraba una grave lesión para el ordenamiento jurídico en general y para la vida de una familia en particular, que un niño saliese de nazareno en una hermandad de la madrugada. ¿Qué habrá cambiado en la vida de ese niño y en la vida de sus padres después de la estación de penitencia? Seguro que casi nada, si comparamos con lo que le puede cambiar la vida a una familia a la que dejan sin casa, a la persona a la que dejan sin trabajo. ¿Se sentirán igual de perseguidos los jueces que dictan las órdenes de desahucio? Tiempo al tiempo.
Y para terminar un ruego, el mes que viene, el día 20, se abrirán muchos colegios para que los españoles y españolas depositen su voto, depositen con ese voto la confianza en el sistema.
Yo no pienso votar, no me siento conmovido a perpetuar con mi voto el sistema que nos confunde cada vez más, espero que ese día solo se voten ellos mismos, que son los que están convencidos de que todo esto sirve para algo, ya que creo que son los únicos que se lo creen, los únicos que se la juegan; a mí muy poco me importa quién y cómo son los que van a salir elegidos. A lo mejor, el cambio viene después de una altísima abstención, ¿se imaginan una abstención de más del ochenta por ciento?

1 comentario:

  1. "No salvéis bancos, salvad personas". Así rezaba una pancarta en la mani del 15-O.

    Como tú, creo que esta clase política (y los nombro así por decirles de alguna manera) no nos llevará a ninguna parte mientras estén empeñados, como parecen estar, en mantener el sistema. Pero, en cambio, creo que la abstención, o el voto nulo o el blanco, lo único que harán será perpetuar sus tejemanejes de fantasía. Creo que la salida está en un cambio del sistema, en hacerlo más participativo y acorde con la realidad plural que es esta sociedad. Y para ello será necesario que estas voces "distintas" tomen el Parlamento y trunquen esas malditas mayorías, las reales y las de conveniencia, que lo único que buscan es que algo cambie sólo un poco para que al final nada acabe cambiando.

    Y lo de los bancos, de vergüenza. Lo de los bancos, y lo de los que lo consienten, claro.

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