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domingo, 5 de agosto de 2012


Y al otro lado de la ventana, nada de nada. Sólo yo absorto en su recuerdo: la extraño.

-    ¡Ay mi vida cuanto trabajo, cuantas horas en el tajo para llegar a fin de mes!  ¿Sabes que haríamos si nos tocará la quiniela?

Le hablo aun a sabiendas que ella no responderá, sumida en ese profundo sueño que la silencia. Le hablo aunque sé que la quiniela no nos toca a la gente que trabaja de sol a sol dejándose los ojos, martilleando a zancadas, en máquinas de coser antiguas, ni a la gente que anuncia, a golpe de silbidos, el viejo oficio de afilador.

-    Si nos tocara una quiniela, tiraría esa máquina muy lejos. Sí, mi vida, la tiraría allá donde nadie llega, donde nadie la vea. Y nos iríamos en tren a conocer el mar. Azul, como tus ojos.

Acaricio su imagen con amor infinito sin esperar respuesta.

-    ¡Más quisiera el mar brillar como brillan tus ojos! Ni tu, ni yo hemos visto el mar.

Allí junto a ese soñado mar, me imagino que mi amada parecerá una estrella, una linda estrella de mar. De pequeño, una vecina me enseñó a buscar el sonido del mar en una vieja caracola que fue perdiendo la sintonía marina al mismo tiempo que se me iban cayendo los años, que se me iba la infancia.

-    Y caminaremos por la arena, descalzos, sin importar el color ni los agujeros que tengan los zapatos. ¿Sabes? Se me ha vuelto a abrir el agujero que tapé la semana pasada, con la media suela que encontré en la basura.

Se lo digo bajito, ahora que no me oye.

Casi todas las noches le abro mi alma a una foto antigua, amparado en el secreto de confesión de su sueño, mi amada eterna.

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